Hoy quiero abrir mi corazón aunque no sea sencillo. Es cierto que el escribir me da la vida, pero sobre todo quiero escribir para ti, para ti que has pasado por ello o estás pasando, y quiero que te sirve como ejemplo. Líbreme dios de ser ejemplo, pero sí quiero que al menos sirva de ejemplo para comprobar que de esto se sale. Un canto a la vida cuando te ves en un túnel negro, muy negro, pero del que también se sale.
Vamos a hacer un poco de memoria para poner todo en su sitio. Yo tenía 44 años cuando mi vida dio un vuelco inesperado. Dicen que siempre nos acomodamos en nuestra zona de confort, pues bien, yo estaba ya tirado en el sofá de ella, con el mando a distancia y con comida a domicilio. Hasta que después de 25 años de matrimonio, mi esposa decidió dejarme. Sí, así como suena. La noticia cayó sobre mí como un camión de 2.000 kilos que te pasa por encima. Tarde poco en ir al médico, yo que no era de ello, y ella lo tuvo claro: tenía una profunda depresión, una patología que tras la pandemia se ha incrementado.
Y sí, las típicas frases de que estaba perdido, sin rumbo eran ciertas. Me había quedado sin mis manos, sin mi mente y sin mi corazón. Ella lo era todo.
No entendía cómo la persona con la que había compartido la mitad de mi vida podía alejarse así. Aunque lo peor de todo ¿sabeís que era? Que en el fondo la entendía. Y la quería tanto que quería que volara sola y fuera feliz. Yo nunca supe hacerla feliz y bastante aguantó la pobre.
Entre Ubago y Ferreiro
Y así, los días pasaban y la tristeza se convirtió en mi compañera inseparable. Sí, de esos días que solo tienes de llorar y de ponerte música de Alex Ubago en la televisión. Perdí el interés en mi trabajo, dejé de salir con mis amigos de toda la vida y lo único que quería era quedarme en casa, y si era en la cama, mejor. Las noches se volvieron interminables y los pensamientos negativos, esos a los que Iván Ferreiro canta (otro cantante perfecto para días de bajón), eran recurrentes. Pero no sé, algo me decía que podría salir de ello. Bueno, algo no. Yo creo que me lo decía mi ex, que aunque lejos, yo siempre considero que sigue ahí para ayudarme.
Aunque en este caso fueron mis amigos los que me tendieron su mano cuando peor estaba. Poco a poco, me animaron a salir, a hablar, a desahogarme, pero sobre todo me dijeron que lo que tenía que hacer era reí, algo que hacía tiempo que ya no hacía. Recuerdo que uno de ellos me llevó al gimnasio por primera vez en años. Sí, llegué a ir con mi ex. Con ella lo hacia todo.
Al principio, me costó mucho, pero con el tiempo y paciencia, es cierto que hacer deporte se convirtió en mi válvula de escape. Cada entrenamiento me recordaba que aún tenía fuerza para salir adelante, pese a que ella ya no estaba en mi vida.
La alimentación
Además del ejercicio, empecé a cuidar mi alimentación. Ya que fueron meses de vivir de comida congelada y de los tuppers que mi santa madre me daba. Eso sí, no tenían la calidad de las comidas de mi ex.
Investigué sobre suplementos alimenticios que podían ayudarme a recuperar energía y bienestar. Y la verdad es que tomar Vida Zen, un producto de Mentali que me vino muy bien. Así que con disciplina y paciencia, poco a poco la salud fue regresando a mi vida. Hasta el punto de que adelgacé 10 kilos y ya me podía poner esas camisas que con tanto cariño mi regalo mi ex
Con el tiempo, dije adiós a la tristeza. Hola felicidad. Descubrí que era capaz de ser feliz sin depender de nadie más. O eso creo. Me sentí más fuerte, más seguro de sí mismo. Un día, me miré al espejo y vi a un hombre renovado, alguien que ha aprendido a transformar el dolor en una oportunidad para renacer. Quizás como ese famoso Ave Fénix, aunque es cierto que para volver a volar necesitas unas alas y esas no siempre las encuentras rápido.
Ahora bien, al leerme habrás comprobado que he podido salir de esta maldita depresión, pero que no he olvidado a mi ex. Cariño, si lees esto, seguro que vas a saber quién soy. ¿Verdad, churri?